De siempre tengo el defecto,
entre los muchísimos que poseo, de dejarme influenciar demasiado por la primera
impresión que me causan las personas. Ese defecto me ha llevado a perderme el
contacto con grandes personas, que podrían haberme enseñado mucho y que,
seguramente, habrían engrandecido mi personalidad. También tengo que decir que,
como el orgullo insano no cuenta entre mis haberes de defectos, con algunas de
estas personas he sabido rectificar a tiempo y eso me permite gozar de
fructíferos amigos y conocidos que vivifican mi existir.
Quizá, una de las personas con las
que más he sentido tener este defecto es con la persona a la que trato de
rendir el pequeño homenaje que estás leyendo si has sido capaz de llegar hasta
aquí: MANUEL RODRÍGUEZ CABRERA, para los que le conocíamos y queríamos: “LOLO
CABRERA”.
Seguramente dejándome llevar hace ya muchos años, por la aseveración
que me hacía hace unos días Juan Pedro Casal, de “que los dos éramos iguales de feos y
agrios” no frecuenté a Lolo; simplemente teníamos un trato de cortesía y
hermandad: la consiguiente copa del camino o convivencia y poco más.
Desde hace unos años propiciada
por Josemi, amigo común de ambos, con el que yo solía almorzar periódicamente, él
quiso unirse a esas comidas y bendita la hora que lo hizo, pues ahí empecé a conocerlo
profundamente y a gozar de su amistad. Era como aparentaba: valiente,
desahogado, descarado, generoso y desprendido, atento, cariñoso, sincero, listo
e inteligente y, sobre todo, lo que yo más le valoraba: sabía ser amigo y confidente
atento, hablarte siempre desde su experiencia de vida y, sabiamente, nunca me dijo las palabras que tanto me joden:
“te voy a dar un consejo”.
Hablamos mucho, los tres, de
rocíos y Rocío. Rocío, la Señora, era un referente para él, pero sin
mojigatería, por derecho, sin alharacas ni falsos golpes de pecho y sintiéndola
como he conocido, afortunadamente, a muchos que la quieren y hablan como a una
verdadera madre. También era un fijo en sus conversaciones el rocío y todo lo
que lo conforma; pero creo que su tiempo ya había pasado. El rocío del que él
hablaba, era un rocío con una gran carga de sentimientos, convivencias, bonhomía,
bromas y saber estar que siempre había reinado en nuestra Hermandad de Sevilla.
No quiero decir con esto que ya no exista, aunque sí sean otras las formas y
maneras; como dice la sevillana: “el rocío no ha cambiado, sólo cambiaron los
tiempos”.
Creo que, en nuestra Hermandad
del Rocío de Sevilla, desgraciadamente, no se ha sabido aprovechar todo el
caudal personal que ofrecía Lolo, igual ha sido temiendo a sus posibles
reacciones en la contrariedad pues, como también indicaba, muy acertadamente de
él, Juan Pedro: “en la ojana no tenía ni un pase”. Nunca le escuché una
apetencia de cargo en la Hermandad, aunque se sentía orgulloso de su labor en
el puesto de Alcalde Mayor de Carretas y, más orgullosos aún, de algunos de los
jóvenes que le acompañaron en ese oficio. Creo que era una de las personas que
no debe faltar en ninguna Junta de Gobierno, pues para mediar, atraer y sacar
lo mejor de cada uno no había otro como él.
Ha dejado muchos compadres. Algunos
ya no volverán a ser los mismos para nosotros cuando los veamos sin su
presencia, pues con ellos hacías un todo indisoluble; para ellos, también, a
partir de ahora seguro que su rocío será muy diferente. Igualmente ha dejado muchos
“sobrinos” en primer grado y, más aún, en los descendientes de estos. Era fácil
verle brillar los ojos cuando algunos de estos pequeños se acercaban a él y le
daban un beso o le hacían una caricia, ahí “entregaba la cuchara”. También era
fácil verle brillar los ojos cuando hablaba de su Chica, su perra bóxer, que
tan buenos ratos le proporcionó y de la que le quedó tan marcado el recuerdo de
su último entrecot y la mirada de su despedida, que llegó a hacerle renunciar al
placer de tener y gozar de un nuevo compañero peludo.
Teníamos muchos “defectos” en
común Lolo: Béticos, “rojos” como nos llama Juanón, o conscientes sociales como
me gusta designarme a mí, republicanos, feos, no cantamos, no tocamos la
guitarra, apenas bailamos, agrios, cascarrabias, poquita mano izquierda,
llorones, etc. como te recordaba Juan Pedro, de nuevo, en un comentario
por ahí en la página de Hermanos de Sevilla, pierde preocupación Lolo, ya me
encargo yo de decirle “cabrón” en tu nombre cada vez que nos recuerde los
defectos comunes, aunque, seguramente, no sabré decírselo con tu gracia.
Me hubiera gustado estar más
cerca de ti en el final Lolo, pero entendía que era más importante tu intimidad
que mi necesidad y, además, no me sentía capacitado para hacerlo. Es cierto que
nunca creí que llegaría tu hora tan pronto, que habría una solución para tu
mal, que podría tu ilusión por las muchas cosas que te quedaban por hacer, o que
te sobrepondrías por el miedo que tenías por dejar sola a Celes, tu leal, fiel
y amante compañera de toda una vida. No me lo quería creer Lolo y tuve
necesidad de verte; y así lo hice con temor de que la imagen tuya que
prevaleciera en mi recuerdo fuese la de tu cadáver, o la del último día que nos
vimos en el hospital a primeros de agosto; pero no, gracias a Dios, te recuerdo
sonriente, protestándole a Josemi cuando te pedía cita para el médico al que no
querías ir, o bebiendo Tío Pepe, tinto de Carraovejas, Ramón Bilbao o Cocolubis
de Constantina con queso “chachi” del que te gustaba a ti. Ahora me harías
mucha falta Lolo, ahora que he conseguido la retirada laboral de la que tanto
habíamos hablado, ahora que me encuentro solo y temeroso de la forma de vida
que me viene, nueva completamente para mí.
Te echaré mucho de menos amigo, y
siento mucho el tiempo que no te aproveché por torpeza y prejuicios. Que Nuestra
Bendita Virgen del Rocío y Su Divino Hijo, sepan premiarte tu vida de rociero.
1 comentario:
Bonita dedicatoria, preciosa.
Si que que le tenías que querer.
Un abrazo.
J. Rodríguez.
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